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lunes, 7 de septiembre de 2015

A jugar no, es la hora de la terapia.

Nota aclaratoria: no soy terapeuta ocupacional, fonoaudióloga, pscicóloga, pedagoga, experta en estimulación temprana, pediatra ni Coach infantil. Soy una mamá observadora de lo que vivimos con tres niños de 6, 4 y 2 y medio. 

¿Debemos ceder o pelear contra las miles de terapias que necesitan nuestros niños hoy? ¿Por qué casi todos los niños tienen terapias extracurriculares? ¿Acaso todos deben ser iguales en destrezas y tiempos? 

Esas preguntas las oye uno con bastante frecuencia en piñatas, reuniones de padres y grupos de amigos con niños. El tono casi siempre es de cansancio, frustración y desolación. Normalmente hay más resignación que motivación. 

Nuestros dos hijos mayores son de ese grupo, del clan de las terapias. La primera reacción cuando nos sugirieron el tema fue de rabia. Era evidente que Jerónimo debía resolver con una psicóloga el tema de la llegada de sus hermanos que no lograba superar y que Juan Martín estaba muy colgado en lenguaje, pero además nos pidieron que tenía que hacer terapia ocupacional y a Jerónimo le vendría bien unas sesiones de fonoaudiología. Y si ya llevábamos a Jerónimo al psicólogo era bueno que Juan Martín aprovechara. La única pregunta que tenía era: ¿a qué hora se supone que van a vivir? 

Con la inmensa ayuda del jardín y del colegio empezamos nuestro proceso de terapias. No pasó mucho tiempo y se vieron los resultados en todos los aspectos. Tanto así, que esas terapias ayudaron a la toda la familia. Poco a poco fuimos aprendiendo juntos y solucionando cosas que estaban difíciles por el rítmo acelerado y exigente en el que vivimos y es casi imposible salir de él. 

Pero había una pregunta no resuelta. Hemos sido papás, abuelos y tíos presentes, le hemos dado a nuestros hijos toda la estimulación posible, nos hemos esforzado porque tengan una infancia mágica y una mirada amplia del mundo. Hemos corrido, saltado, jugado fútbol bajo la lluvia, metido en el lodo y trepado árboles. Hemos dado millones de besos y abrazos. ¿En qué nos equivocamos? 

Pues sí nos hemos equivocado, en el caso concreto de Juan Martín, por dar solo un ejemplo, el error que cometimos fue tener demasiado miedo. Yo quedé embarazada a los dos meses de que Jerónimo salió de la Clínica después de una hospitalización dura. Cuando Juan Martín nació Jerónimo no se había recuperado del todo y aunque le exigíamos montones y lo acompañábamos en todo lo que quisiera hacer sin importar si después nos tocaba ponerle oxígeno y salbutamol, con Juan Martín fuimos exageradamente cautelosos. Los primeros seis meses estuvo protegido para que no repitiera la historia de su hermano. Estuvo encerrado viendo llover por la ventana, estuvo abrigado por nuestro miedo, estuvo más tiempo en su corral y menos en el piso. Siempre tuvo medias gruesas, gorro y zapatos. 

Y ahora está en terapia. No respiratoria sino ocupacional. Esos primeros seis meses de vida son muy importantes. Y entonces ahora con mucha paciencia y dedicación, 4 años después, nos toca retomar el tiempo perdido. Gracias a la terapia ya logra estar descalzo en el pasto y la arena, y se hunde con mucha emoción en el lodo. Ahora necesitamos que aumente la fuerza y el tono muscular para que no sufra en el momento que le toque aprender a escribir porque se cansa muy rápido. 

Después de entender mucho más la razón y objetivos de cada terapia, dejé de pelear. Podemos aprovechar todos los consejos que nos dan para aumentar nuestra creatividad en el juego. Para ampliar nuestras posibilidades de diversión. 

Entendimos que es importante que Juan Martín incremente considerablemente su fuerza y concentración para los procesos de lecto escritura. No es para que sea el primero del curso, no es para que sea igual a todos, y tampoco es para que haga crecer nuestra ego teca cargada de medallas y diplomas. Es para que en el momento que escriba no sufra, ni se canse en exceso, sino que esa letra fluya y la gran motivación y lo realmente importante es que lo haga por el placer y la ilusión del mundo que se le abre. Poder escribir esas primeras cartas contando de sus tristezas o alegrías, elegir el libro de la noche y disfrutar cada página de las primeras lecturas lentas pero con tanto significado. 

Les podemos ayudar a nuestros hijos con procesos físicos y mecánicos que sirvan como herramienta para llegar a un objetivo final: la pasión y el amor por el conocimiento. 



martes, 29 de julio de 2014

La carga de ser el mayor

"Yo ya se que ustedes me odian" con esa frase acabó un domingo en familia. Jerónimo a sus cinco años, en medio de una pataleta, nos dejó callados y sin saber cómo responder. Después de quince días de peleas, regaños y reflexiones la vida en familia se volvió caótica. Poco se vivía de esos idílicos momentos que registran las fotos que compartimos en Facebook. Y la primera pregunta es: ¿qué estamos haciendo tan mal para que nuestro hijo no se sienta amado?
Al otro día me levanté con el afán de explicarle que lo amamos hasta todos los universos y darle un abrazo para tratar de convencerlo. Estaba tranquilo y feliz, pero eso duró poco porque cuando se despertaron los otros dos empezó la batalla campal. Puño, patada, grito es la forma de amenizar la mañana, y aunque todos nuestros amigos cercanos aseguran que peleaban así con sus hermanos cuando eran niños, llega un punto en el que uno se pregunta si eso es normal o tiene algo, aunque sea un poco, de patológico.
A las siete y media de la noche es casi imposible soportar tantas peleas entonces la solución es acostarlos a dormir, pero no puede faltar una reflexión. Senté a Jerónimo y Juan Martín a explicarles que era una dicha muy grande tener hermanos, que debían estar agradecidos con todo lo que tienen, que muchos niños se mueren de hambre en la calle, y otros no tienen familia. Cada uno miraba para un lugar del cuarto distinto y me imagino que pensaban en cualquier otra cosa. Pero yo sentía que era lo que debía hacer. Cuando acabé mi discurso se fueron a dormir.
Después de dos semanas de regaños, reflexiones, regaños y más reflexiones no habíamos logrado nada. Jerónimo cada vez con más rabia y Juan Martín cada día con más rasguños. Estaba empantanada entonces llamé a una amiga psicóloga que siempre tiene una sabia idea y nos cambió todo el panorama. Lo primero que hizo fue liberarnos a nosotros de todas las culpas. Después nos explicó lo que Jerónimo intentaba decirnos y que no entendíamos: él está cansado con sus hermanos, los dos menores todos los días le dañan algún juego, le rompen algo que el ha denominado como tesoro, lo imitan sin parar, cuando está pintando le quitan los marcadores y cuando logra el castillo perfecto en la arenera alguno pasa con el pie y lo destruye. Ante ese panorama por qué debe estar agradecido con la vida. Además, nosotros lo regañamos todo el día porque se nos olvida que tiene cinco años y le exigimos como si tuviera 30. Lo convertimos en un aliado perfecto para educar a los otros dos, pero cuando los corrige nosotros lo regañamos porque él no es el papá. Le encargamos la difícil tarea de asumir la seguridad de sus hermanos, y él siempre tiene que compartir. Tiene que ser ejemplo, tiene que ser grande porque así es más fácil para nosotros  ser papás.
Al entender todos los errores que estábamos cometiendo lo llamé y le dije que entendía que le diera rabia porque su hermano le había dañado su tesoro, que también entendía que estuviera triste porque Agustín el menor le rompió un dibujo que me había hecho, y la reacción fue: claro mamá, es que son más chiquitos. Al ver que nosotros validamos sus sentimientos él también pudo ser más comprensivo con sus hermanos. Seguramente se van a seguir pegando, pero vamos a intentar quitarle todas la cargas que le hemos puesto. Cuando nació Agustín, Jerónimo tenía que ir vestido al jardín con la profesión que quería seguir cuando grande. Él decidió que iba a ser piloto, pero cuando le preguntaron qué iba a ser contestó: hacerle el tetero a Agustín. Esa fue la primera alarma, claramente nosotros no le pedíamos que lo hiciera, pero él sentía que era su responsabilidad, y así durante este año y medio se fue llenando de obligaciones.
Cuando los niños reaccionan mal lo primero que hacemos es callarlos, pero creo que algo que les debemos enseñar es que tienen derecho a sentir tristeza, rabia, incluso odio, así eso nos escandalice. Lo importante es cómo los guiamos para que esa rabia la puedan sacar en un deporte o en un hobby y no en la cara del hermano, del vecino o del compañero de colegio. Podemos acompañarlos a algún sitio en el que todos puedan gritar. Así como nosotros no estamos felices todo el tiempo, ellos tampoco tienen la obligación de ser como los flanders para hacernos más fácil la vida.   
Los papás nos equivocamos todo el tiempo y evitarlo es imposible. Lo importante es ver cuándo debemos parar y tratar de ver las cosas con perspectiva y pedirle a alguien que nos ayude a aclarar qué es lo que pasa así nos duela o nos cueste reconocer que estamos cometiendo muchos errores. Creo que si hoy le preguntamos a Jerónimo diría que si pudiera elegir no sería el mayor. Espero que logremos darle la oportunidad de vivir sus cinco años sin cargas ni exigencias que no le corresponden sino permitirle ser lo feliz o triste que le plazca en cada momento. No lo podemos regañar porque esté triste ni felicitar porque está feliz, porque nosotros no debemos calificar sus sentimientos como correctos o incorrectos, debemos validarlos y respetarlo.        
   

lunes, 28 de julio de 2014

Las 1.543 cosas que tienes que tener antes de que nazca tu bebé

Después de vivir dos años fuera del país mi esposo y yo volvimos a Colombia con un bebé en la barriga, mucho susto y sin trabajo. El grado de ansiedad era altísimo y aumentaba considerablemente cada vez que me encontraba con una amiga o conocida que ya era mamá y lo primero que me preguntaba era si ya había pedido tal marca de teteros, que si ya habíamos comprado Global Education o quién nos iba a decorar el cuarto. Y nosotros obviamente no teníamos ninguna de las 1.543 cosas que se supone debíamos tener para poder ser papás. Y lo peor aún es que tampoco sabíamos qué debíamos tener más allá de lo que el sentido común indica.

En el curso psicoprofiláctico, que no fue exactamente un momento para que nos orientaran, sino que parecía un Expo Maternidad, nos ofrecían absolutamente todo cuánto existe que se relacione con un bebe, exámenes para saber si nuestro hijo a los 70 años iba a sufrir de alguna enfermedad, seguros de vida para nuestros nietos, programas de estimulación para que el niño logre entrar a Harvard, etc la ansiedad llegaba a puntos inmanejables. Definitivamente no íbamos a poder con esa tarea.

Pasaron los meses y gracias a los regalos de la familia, amigos cercanos y no tan cercanos logramos tener casi todo. Digamos que nos acercábamos a ponerle chulos a casi toda la lista. Y entonces en ese momento en el que uno con mucha ilusión empieza a arreglar la casa en función del nuevo personaje que viene llega otra mamá experta y dice con bastante displicencia: para qué compraste esterilizador, eso ya no se usa, es una bobada. Y entonces vuelve la desilusión, después del esfuerzo por acumular la mayor cantidad de objetos posibles, me dicen que no se usa. Que cosa tan difícil y agotadora la pre maternidad. Faltando ya poco tiempo estallé en llanto cuando en unas onces me enteré que un bebé bronco aspiró porque los papás, a los cuales se referían como brutos, lo acostaron sin un colchón con una angulación de 40 grados. Quién no va a saber eso. Pues mi esposo y yo no lo sabíamos como otra cantidad de datos, éramos tan brutos como esos papás así que la conclusión fue que Jerónimo fácilmente no iba a sobrevivir con nosotros. Eso era seguro.

Después de cinco años y tres hijos decidí hacer mi propia lista de lo que unos necesitan tener antes de que nazca su bebé, pero sobre todo de varias cosas que estoy 100% segura que no se necesitan.
 
1. Una enfermera. Respetando mucho la labor de las profesionales de la salud no creo que necesitemos una enfermera 24/7. Sí creo que si alguien nos ayuda de vez en cuando para poder salir a cualquier otra cosa que no se relacione con la maternidad está perfecto. Es importantísimo hacer planes con la pareja o amigos, pensar en otras cosas, dejar el tema pañal - tetero - gases por un rato. Y creo que nuestros hijos tampoco la necesitan. Los primeros días los bebés sienten mucho frío y qué mejor razón que seamos nosotros los que los calentamos. Desde que nació mi primer hijo tenía una obsesión (entre otras tantas) y era educarlo para que durmiera muy bien, en su cuarto y nunca se pasara a nuestra cama. Hasta ahora lo hemos logrado, pero no podía educarlo durante los primeros tres meses. La primera semana durmieron con nosotros y a ninguno lo espichamos, y a los tres y cuatro meses los sacamos del cuarto. Duros esos primeros meses si, vivíamos con sueño, también, pero imposible no es. Nunca me levanté bailando de la dicha, y sintiéndome feliz y "bendecida" por esas despertadas de las tres de la mañana. Pero hacía parte de ese plan de conocernos mutuamente con nuestros hijos. Y una de las razones fundamentales por las que creo que no necesitamos una enfermera es porque podemos turnarnos con nuestros esposos, así cada uno duerme muy bien un día y está preparado para el siguiente porque creo que en la lista de lo que debemos tener antes de que nazca nuestro bebé es la plena consciencia de que los dos nos dedicamos a la crianza, con la misma entrega, el mismo amor y el mismo cansancio. Y así como asumimos juntos las terribles levantadas de los primeros meses podemos asumir juntos las terribles levantadas de la adolescencia cuando no lleguen a la hora que prometieron.
 
2. Las marcas que sí o sí tenemos que tener. Me aseguraron que los teteros de determinada marca evitaban el reflujo y esos fueron los que tuvimos, me acuerdo que nos insistían que no importaba el precio porque eran los mejores. Y así fue como esos tan nombrados teteros fueron testigos del reflujo más impresionante de mi hijo mayor. Los teteros son simplemente eso, no les podemos pedir que hagan maravillas. Con mis otros dos hijos seguíamos usando los mismos teteros hasta que por uso se acabaron y entonces nos pasamos a unos que nos dieron excelente resultado. No tienen marca pero el costo es de tres por $5.000 pesos y obviamente tampoco evitan el reflujo ni los gases, pero resisten cualquier cosa. El diseño no es el mejor, es más tienen un exceso de colores, pero nos hemos involucrado muchísimo con estos teteros y los niños también.      
 
3. El maravilloso mundo de los coches. Tengo una debilidad especial por los coches. Me encantan y tendría muchísimos de todos los estilos y colores. Pero la elección del coche debe responder a cuántos hijos tenemos, y cómo nos movemos. Agustín, el tercero no uso mucho tiempo el coche, a penas se sentó pasó a la sombrillita, y ahora como ya camina no usa nada. Me muevo mucho con los niños en transporte público entonces si tuviera un coche muy grande o muy pesado o difícil de cerrar y abrir me costaría más trabajo, entonces es mejor lo más chiquito y sencillo posible. Si uno se mueve en carro siempre pues bienvenido el coche más grande.
 
Podría continuar la lista de lo que no necesitamos antes de que nazca el bebé, pero sería caer en un exceso de cosificación de la maternidad. El embarazo trae consigo muchas dudas sobre temas trascendentales y otras más sobre temas banales, trae mil ilusiones, mil miedos y millones de sueños. Todos vale la pena vivirlos, hablar sobre cómo vamos a criar a nuestros hijos respecto a los valores, pero también imaginarnos si va a tener los ojos de la abuela o que por favor no se parezca a tal abuelo, o que ojalá no baile como el papá. Soñar con el primer viaje, la ilusión de la compota que no se comen sino se untan. Hacer fuerza hasta donde sea posible para que no se enfermen. Esperar esas primeras risas y estiradas de brazos. E imaginarnos cómo se sentirá la primera vez que digan papá o mamá. Todo vale la pena. Lo único que creo que es innecesario es sufrir o angustiarse por tenerlo "todo" y de la marca correcta. Debemos buscar lo que se acomode a nosotros y especialmente lo que nos haga la maternidad más fácil para dedicarnos a lo importante: vivir a su lado, de día y de noche. 

jueves, 3 de julio de 2014

Una mala película de terror

El último mes ha sido como una mala película de terror. Esas en las que los malos después de ser atacados una y otra vez nunca mueren. No hemos logrado salir de exámenes, infecciones y otra vez exámenes aún más incómodos con nuestros hijos y cuando ya estábamos tranquilos un médico con la cara del más malo de todos nos da una noticia a medias que nos deja asustadísimos. Pero a pasar de todo los niños se ven bien y entonces deberíamos estar tranquilos porque todo marcha como debería ser y que tal vez al otro día nos darán mejores noticias. Lo mejor de este mes de terror ha sido la forma en la que reaccionaron los niños y cómo nos enseñan a adaptarnos a cualquier circunstancia y con la mejor actitud.

Después de dos convulsiones de Agustín la neurólogo nos dijo que había que descartar varias cosas, una de esas era que tuviera epilepsia, pero que no nos preocuparamos porque no sería una epilepsia de las más fuertes. Una hora después estaba leyendo todo cuanto existe de esta enfermedad y como suele pasar asumí que íbamos a lidiar con las convulsiones hasta la adolescencia. Me llené de fuerza y veía a mi hijo menor y cada día que pasaba me convencía que era obvio que estaba enfermo, pero que con la mejor actitud teníamos que tratar el tema.

El primer examen que le mandaron fue una Telemetría de 12 horas. Me imaginé que ese día iba a ser de los peores porque le conectaban a un niño de un año y dos meses 24 cables en la cabeza desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. Supuse que iba a dar alaridos todo el día, la gente de la clínica me iba a regañar porque no lograba controlar a mi hijo. Nada de eso pasó. Agustín tomó el examen con toda la naturalidad posible, entendió que ese martes tenía que estar en ese lugar, no se quitó los cables, no lloró. Como si estuviera en la casa comió, durmió y jugó. Una y mil veces recogimos fichas del piso y el simplemente sonrió. No hubo drama, nadie se desespero. Obviamente yo estaba equivocada, porque parece que una de las cosas que más me cuesta trabajo es confiar en mis hijos. El resultado salió bien, esa noche dormimos tranquilos, nuestro hijo no tiene epilepsia.

Pero el malo de la película volvió a aparecer. Llegamos al siguiente examen muy tranquilos. Una Resonancia de cerebro con anestesia general y Agustín volvió a sorprendernos. Como tenía que hacer un ayuno largo pensé que si no le ponían rápido la anestesia iba a dar alaridos y una vez más hizo todo lo contrario. Con mucha paciencia esperó en la clínica 4 horas. Caminamos, vimos un partido de futbol e intentó abrir todas las puertas que decían "Solo personal autorizado". Al examen no me dejaron entrar pero cuando oí que dejó de llorar supuse que ya descansaba en medio de su primera borrachera por la anestesia.

Durante el examen salió el anestesiólogo a decirme que veía algo malo, que encontraba relación entre las convulsiones y la Talasemia, que era muy urgente que lo llevara ya a donde un hematólogo. Después de hacer una mala cara volvió a entrar. Esa media hora siguiente esperando a que saliera Agustín fue eterna. Fueron treinta minutos de angustia, de sentir un hueco enorme en el estómago, sentí que en unos segundos el mundo se apagaba. Cuando lo vi salir me calmé un poco, no tenía cara de ser un niño que estuviera tan mal. La anestesia no le dio nada duro, comió sin parar durante una hora.

 
Al día siguiente llamé a toda la ciudad tratando de encontrar a un hematólogo para que me confirmara esa mala noticia que el anestesiólogo insinuó. No fue una tarea fácil pero lo logré. La hematóloga que lo vio dijo que estaba bien, que se veía un niño saludable, que tiene un problema en la sangre, leve, nada grave y que se puede tratar. El resultado de la resonancia salió bien. Pero fue un día horrible.

 
En ese mes de terror donde nos imaginamos las peores cosas de Agustín, no salimos de las clínicas y médicos, para completar Juan Martín se partió un pie, le pusieron yeso y no puede caminar por un tiempo, pensamos que iba a ser durísimo porque él vive montado en un triciclo. Juan Martín se adaptó al yeso con tranquilidad, no se queja y encontró la forma de montar en su triciclo. Juega en el parque y espera a veces con paciencia otras veces no tanto que lo movamos de un lado para otro. Los primeros días le enseñamos a bajar las escaleras sentado para que se sintiera más independiente y así fue. Se involucró tanto con el yeso que lo consiente y le da besos. Su rutina no cambió porque él así lo quiso. Lo llevamos al parque y hace la mitad de las cosas, pero de la misma forma lo disfruta.  

 
Lo único durísimo fue mi angustia. Lo único complicado fue no ser capaz de confiar en la forma tan fácil como se adaptan los niños. La película de terror me la inventé yo sola y en una pelea constante entre la imaginación y la razón sufrí de ver todo negro. Para asumir la ansiedad decidí comerme el mundo, literalmente, ahora me toca empezar a cuidarme después de un mes concentrada y dedicada a los tres niños y sus miles de exámenes. Mirando hacia atrás y viendo en cuáles momentos estuve más tranquila o menos ansiosa fue cuando me concentré en "el aquí y el ahora". El sábado siguiente a la cita donde la neuróloga fuimos a teatro con los tres. Estuvieron felices y ahí no pensé, simplemente viví. Ese día no busqué artículos de medicina que me dieran ideas de si mi hijo era o no epiléptico. No hablé con ningún médico. Me reí en la obra de teatro, y me emocioné de ver como los niños se transportaban. Tal vez tendría cinco kilos menos si hubiera entendido eso desde el principio. Si me hubiera aferrado al momento, si me hubiera dejado convencer por las risas y la tranquilidad de Jerónimo, Juan Martín y Agustín.

 

miércoles, 11 de junio de 2014

Del discurso a la práctica en el tema de valores

Quiero compartir el comentario de Diana Martínez sobre la entrada "Inteligentemente Malcriados" y mi respuesta.

"Hoy Camilo, casualmente me preguntó del tema, Como hacer para que mi sobrino (de 6 ños) sea una mejor persona y deje de ser tan irrespetuoso? yo le lei el artículo...y aun que dice que es lo importante, creo que llegar al COMO es lo difícil...entonces reflexionando del tema concluí los siguiente y espero me puedan corregir, si en algo creen que estoy equivocada.... creo que los colegios, aunque unos orientados a formar valores y principios, no son el principal influyente, al final la preocupación final del colegio es enseñar y que los niños cada año pasen el año escolar.. los profesores ayudan y pueden tener gran influencia pero no se puede depender de ellos para que lo eduquen para ser un buen ser humano...creo que influyen los padres, el entorno que los rodea, las necesidades y la religión .....en algún artículo hablabas del tiempo que los padres le dedicaban al niño...bueno.. yo creo que estar 100% con el niño no es indispensable, pero si se debe estar los suficiente con ellos para ver comportamientos y corregir, por que los únicos que tienen el derecho de corregirlo como se debe son los padres y son la figura de autoridad de los niños...no?....el entorno.. un niño que siempre anda en carro, con amigos que lo tienen todo y en teoría no percibe el sufrimiento, no creo que valore muchas las cosas...y bueno, puede ser que existan esos casos.. creo que ninguno de los padres quiere que los niños sufran, pero creo que a los niño hay que llevarlos a mostrarles la realidad que se vive la cual no es perfecta, mostrarles el entorno, llevarlos a fundaciones, al campo...etc...las necesidades...tener necesidades en casa, es bueno, yo personalmente presencie muchas necesidades en mi casa cuando era pequeña y creo que me formó mucho...por que vi un ejemplo de lucha y perseverancia en mi casa, tuvimos épocas muy duras...lo que me mostró y me enseñó a no frustrarme por las circunstancias y tener paciencia, pensar en los demás, ahorrar, de pequeña mi mamá me pagaba por ayudarle a ella y creo que trabaje mucho, pero me compré mis primeros patines en quinto con mi trabajo y es una de las satisfacciones más grandes de mi vida..fue luchada la cosa.. etc.. hay que disfrutarse lo que tenemos en cada momento.. y la religión, desde el punto de vista de creer en Dios, de no sentirse solo, de tener fe y esperanza a pesar de cualquier circunstancia y adversidad y error cometido....La mayoría de suicidios se dan en países donde la religión es mínima, como por ejemplo Uruguay..creo que las personas no tienen la misma fe y esperanza que tenemos los colombianos, y creo que en parte es por que Colombia tiene una historia y tradición católica fuerte (eso hay que agradecerlo), bueno y no tiene que ser catolicismo, puede ser otra religión, pero ese creer ya sea en Dios, en el universo, en la naturaleza, en el Buda...es lo que enseñara a tener esperanza y a seguir valores y principios para ser una buena persona.. desafortunadamente hoy en día los colegios no se preocupan por eso...como dices, se preocupan más por desarrollar genios y dejarlos expresar libremente si ninguna guía, con el riesgo de que cualquier adversidad los derrumbe........."

Repuesta de Maternidad sin photoshop

Voy a responder puntualmente a los comentarios.
 
1. Los colegios desarrollan muchas estrategias para trabajar el tema de valores, pero muchas veces no encuentran eco en las familias. Cuando el colegio sanciona a un estudiante con justa causa algunas veces la reacción de los papás es justificar el error de su hijo y poner una tutela. Sería ideal el trabajo conjunto de padres y colegios, pero eso en muchas ocasiones no pasa. Lo primero que debemos hacer como papas, es que ante una oferta gigante de colegios, preguntemos cómo se preocupan por formar a sus estudiantes de manera integral y eso se concreta cuando vemos qué tipo de trabajo hace el colegio con cada estudiante, con cada curso, como institución y también hacia afuera, si dedica tiempo al trabajo con fundaciones. Como parte del plan de vacaciones podemos buscar esas fundaciones para enseñarles a nuestros hijos a dar, no sólo en lo material, porque los niños no tienen consciencia del dinero sino dándonos nosotros mismos. 
En el colegio de mi hijo mayor hace unas semanas los niños de pre escolar tenían que llevar lonchera para compartir con los niños de una fundación, y los alumnos de décimo y once recolectaron zapatos para otros niños y ellos mismos tuvieron que ponerles los zapatos que habían conseguido en un acto increible de entrega.   

2. Si no estamos todo el tiempo con nuestros hijos sí existen momentos claves donde es más fácil esa formación en valores, por ejemplo, durante las comidas. Soy enemiga de que los niños coman frente a un televisor o coman solos. Durante una comida los podemos orientar un muchos temas como por ejemplo que no se debe desperdiciar porque hay mucha gente que no tiene qué comer ni una familia con la que se  pueda compartir. Además los niños pueden poner la mesa y recoger los platos porque es importante que sientan que todos tenemos que hacer algo para podernos sentar en la mesa y no esperar a que alguien nos atienda. 
Cuando los niños juegan sin que nosotros estemos incluidos sino como observadores nos damos cuenta de la forma en la que reaccionan y dice mucho de ellos. Mi hijo mayor siempre quiere ganar y puede empujar al de la mitad para lograr su objetivo, sin escandalizarnos por esa situación trabajamos con él para que aprenda a ser solidario y muchas veces hacemos que él sea el que pierda. 

3. Un psiquiatra infantil en un taller dijo que la educación ideal es que la frustra constantemente a los niños. El auditorio quedó en silencio, pero es la verdad. Si les damos todo a nuestros hijos y no dejamos que sufran ninguna incomodidad y nosotros resolvemos sus problemas, serán unos adolescentes incapaces de asumir la vida y sus dificultades. Hace unos años me enteré que existía una máquina para calentar los pañitos húmedos para que los bebés no sintieran frío. Me pareció lo más escandaloso del mundo, un niño se debe ir acostumbrando al mundo real, y nuestro mundo nos guste o no, es frio y a veces demasiado caliente y es ahí donde vivimos no en una burbuja de cristal. Cuando uno tiene varios hijos es más fácil el tema de la frustración porque los hermanos se encargan de ponerle límites al otro todo el tiempo. Desde que nace el segundo hijo, el mayor tiene que compartir lo que más cuesta trabajo: el amor de los papás. Cuando es sólo un hijo los papás tienen que hacer un esfuerzo mayor. 
Cuando los niños son chiquitos y creen en papá Noel, el niño Dios o los Reyes Magos es ideal que esos personajes sólo les traigan un regalo y nosotros como papás deberíamos hacer lo mismo, y no inundar la casa de juguetes. 
En este momento un porcentaje de niños   vive en un nivel de comodidad altísimo por eso algo que tratamos es que nuestros hijos se incomoden un poco y monten en flota, tengan que caminar hasta la estación de transmilenio y ayuden a cargar y ordenar el mercado. Desde muy chiquitos los niños deben asumir responsabilidades para evitar que los papås terminemos convertidos en esclavos de la mala crianza de los niños, dedicados a satisfacer sus caprichos.

4. No quisiera hablar del tema religioso porque no podría asegurar que sólo la religión permita esa formación o vivencia de valores. Lo que sí puedo decir es que debemos trabajar con nuestros hijos desde una ética universal que incluya cualquier religión o creencia, incluso esa ética que convive con una familia donde los papás son ateos. Nosotros con nuestros hijos insistimos en el tema ético desde el respeto y la consciencia del otro. Para concretar, en este momento nuestros hijos dejan la bicicleta y el triciclo en el corredor del conjunto, nos toca devolverlos para que la dejen bien puesta y así la gente pueda pasar, porque gracias a que nosotros podemos pensar en los demás esos otros pueden estar tranquilos y felices.

5. La única forma posible de educar es con el ejemplo. Si un niño en su casa oye que sus papás y abuelos tratan mal a las personas que los ayudan van a seguir ese ejemplo, si un niño oye a sus papás gritando por el teléfono e insultando a las personas que atienden en los call center, van a seguir ese ejemplo pero lo trasladan a todos sus entornos, porque entienden que el respeto no es algo importante sino que puedes insultar a cualquiera que pase por el lado. En nuestra vida cotidiana vivimos insultando a los políticos, a los que piensan distinto, al que dejó mal parqueado el carro y después pretendemos que nuestros hijos no lo hagan. Es probable y normal que tengan épocas de rebeldía y no sean tan cordiales como quisiéramos, pero si nos esforzamos por respetar nosotros todo y a todos los que nos rodea ellos van a entender que esa es la única forma de actuar. Para que ellos saluden al sr. de la ruta nosotros primero debemos saludarlo e insistir en el gran valor que tienen todas esas personas que ayudan a que nuestra vida sea más fácil.

lunes, 9 de junio de 2014

Inteligentemente malcriados


Es muy importante que los niños de hoy hablen inglés, francés, italiano y mandarín. Que hagan natación, equitación y ballet. Pero muchas veces se nos olvida que lo más importante es que sean buenos seres humanos.  En el imperioso afán de hacer niños competitivos para el futuro estamos criando y creando unas generaciones monstruosas obsesivas con el éxito a corto, mediano y largo plazo, dispuestos a pasar por encima de quien sea necesario para poder cumplir con los objetivos que muchas veces son impuestos por nosotros y no tienen nada que ver con nuestros hijos.

Lo más difícil y agotador de la maternidad y paternidad es educar. A veces después de un día eterno de lucha por no malcriar a mis hijos quisiera unas vacaciones donde pueda delegar esa tarea. Lo más fácil es consentir los caprichos y negociar las pataletas con regalos, pero eso no tiene mucho sentido. Hace algunos días mi hijo mayor llegó histérico del colegio porque estaba cansado, lo cual puedo entender porque se había levantado a las 4:30am a jugar con el hermano y estudió durante ocho horas, por lo tanto es normal sentirse agotado pero no tiene ningún derecho a ser grosero. No quiso saludar al señor que abre la puerta del conjunto, entonces me quedé parada y hasta que no se devolvió y saludó bien no di un paso. Como es lógico ya no solo estaba bravo sino trinaba de la ira, pero poco me afana su ira y odio momentáneo y pasajero, me preocupa más su grosería y falta de respeto a futuro.

Vivimos disculpando la grosería de nuestros hijos: hoy no quiere saludar porque venía profundo y se acaba de despertar, porque le está saliendo un diente, porque lleva ocho días con gripa, o porque acaba  de nacer el hermano. No podemos consentir la grosería de nuestros hijos hoy y mañana exigirles que sean adultos amables. Si no es hoy cuándo los vamos a educar? No creo que lo logremos cuando se conviertan en adolescentes sabiondos, indiferentes y poco agradecidos con lo que los rodea. No creo que si hoy no tienen límites y son capaces de respetar al otro, mañana puedan ser solidarios.

Debemos encontrar un punto medio donde les exijamos de acuerdo a su edad, con pocos discursos que se van volviendo cada vez más elaborados y mucho ejemplo. Un domingo desayunando en un restaurante dos niños estaban jugando y el más grande le pegó a otro. La mamá del agredido con bastante inmadurez, desde mi punto de vista y un exceso de pucheros, fue a darle quejas a los papás del agresor. Estos con mucha calma llamaron a su hijo e hicieron que fuera a pedir disculpas por lo que había hecho. El agresor minutos después le decía al papá que lo odiaba y que era lo peor del mundo. El papá sonreía con la satisfacción del deber cumplido. Ese niño seguramente a los tres días le pegará  a otro, pero sabe que tiene que asumir las consecuencias de sus actos y no puede hacer trampa y escaparse. Evitar que nuestros hijos les peguen a otros es una tarea imposible, hacer que asuman lo que hicieron es una tarea ineludible.
Desde que nuestros hijos son pequeños hemos tratado de insistirles que no están solos en el mundo y tampoco son el centro del universo. No creo que la infancia consista en hacer lo que quieran con la disculpa de que son niños. No creo que un niño que grita, bota la comida y corre desesperadamente en un restaurante esté vivenciando el libre desarrollo de la personalidad.  Tiene que entender que la gente que lo rodea merece respeto, que en el parque se puede correr y gritar con todas las ganas posibles y ahí lo vamos a acompañar. En la teoría todo es muy fácil, en la práctica a pesar de mucha insistencia siguen siendo niños que se revelan y constantemente nos están probando, pero en algún momento y el día menos pensado nuestros hijos nos sorprenden y son capaces de dejar de pensar sólo en ellos mismos.
 

lunes, 2 de junio de 2014

Cómo ser mamá y no morir en el intento


Hay algo que admiro de algunas mujeres y es ese apasionamiento exacerbado por la maternidad. Como nunca lo he sentido, supongo que por razones genéticas o de crianza, envidio esa seguridad y reposo con el que ellas hablan de la maternidad como el principio y fin de sus vidas. Mi mamá nunca fue así, todo lo contrario, trabajó desde que yo tenía dos meses, y siempre se preocupó por leerme mucho pero poco por educarme en esa ciencia de cómo construir un hogar. Desde muy chiquitica me exigieron intelectualmente y respondiendo a eso a los tres años quería ser médica, astronauta y escritora. Más grande me pareció mucho más cool querer ser neuro cirujana especializada en Alemania o hacer parte del grupo de investigación de enfermedades incurables de Yale. Y qué soy ahora: mamá, de las que nunca quise ser y por el contrario me producían bastante desazón y poca admiración.

Llevo cinco años intentando legitimar mi rol de mamá, unas veces revelándome  y otras rindiéndome a su cotidiana y en muchos momentos aburrida labor. Así mismo he buscado que otros me den ese espaldarazo para convencerme de que no es una pérdida de tiempo lo que hago sino que es todo lo contrario, una labor importantísima. Convertirme en madre fue una decisión poco consciente, el tema empezó a llamarme la atención cuando me enamoré del que hoy es mi esposo.  Asegurábamos que todavía no queríamos tener hijos pero ya sabíamos el nombre del primero, nos enternecíamos con la ropa de bebé, y por alguna extraña razón y como un mensaje del futuro, al nacer su sobrina no dejábamos de oír un cd que le regalamos de María Helena Walsh, y como algo aún más anormal nos aprendimos esas canciones.

Y entonces así llegó Jerónimo, queriéndolo sin quererlo y llamándolo sin sospecharlo y nos cambió la vida. Durante el embarazo pensé muchísimo en la forma ideal de educarlo, como si eso existiera o se pudiera hacer. Pensaba en temas importantes de discusión como qué leer, en qué creer, cómo entusiasmarlo con el cine, la música y el arte. Ahora que miro hacia atrás no entiendo cómo logré proponerme cosas tan absurdas.  Estaba programando a mi hijo que no había nacido como un perfil de google+ con mis preferencias. Me impuse unas exigencias enormes porque quería que él fuera único y especial y distinto a todos, porque así como me parecía importante tener éxito en un trabajo y en ese momento no lo tenía, convertí a mi hijo en un objetivo intelectual y así suplía lo duro que me daba no producir laboralmente. Cómo no me iba a cansar la maternidad si la convertí en el trabajo más estresante. Si queremos que nuestros hijos sientan pasión por algo basta con que nos vean a nosotros mismos emocionándonos con lo que nos gusta, la pasión se contagia y no se enseña.

Como mamá se aprende de unos errores y otros se siguen repitiendo. Uno de los propósitos de año nuevo fue leerles a los niños todas las noches. Estaba convencida de que después de la maratón de 365 cuentos, al siguiente año ellos leerían solos sin parar y así los convertiría en adultos capaces de discernir. No logré mi propósito ni quince días y creo que ellos se alegraron porque cuando uno le está leyendo a los hijos con afán y se impacienta por las mil preguntas que hacen es mejor no continuar. En ese momento me di cuenta que para poder sobrevivir como padres es más fácil compartir con nuestros hijos, dejando que ellos mismos nos digan cómo los podemos ayudar con sus gustos y sueños que diseñar una agenda que a ellos y a nosotros sólo nos sirve para cansarnos.   

Hay días que pensamos que no vamos a lograr todo lo que tenemos que hacer. Y después de una lista interminable de pendientes nos queda uno de los más difíciles cuando estamos cansados: jugar. A veces de sólo pensar que tenemos que construir y destruir torres en lego, colorear, hacer conciertos con un desafinado estallido de instrumentos, pasar rápidamente de ser Superman a Sipiderman o Batman y tomar el té, nos dan ganas de salir corriendo. Pero lo mejor y más estratégico es convertirnos en compañeros de juego leales y entregados. No hay algo  que ponga a los niños más irascibles que ver a Batman con el celular, el computador he intentado servir la comida. Entonces su reacción inmediata es llamar la atención pegándole al hermano, regando el jugo (ojalá bien cerca del computador) o haciendo una pataleta que uno no entiende cómo apareció. Si tenemos mucho trabajo asumamos el juego con toda la dedicación y así es más fácil que los niños entiendan que como ya jugamos tenemos que hacer otras cosas y ellos se entretengan solos. Intentar hacer todo al tiempo sólo nos hace más torpes y así logramos que el caos llegue rápidamente a la casa.

Cuando veo a mis hijos seguros de sí mismos y felices me doy cuenta que el rol de madre sí es importante. Cuando nos sorprenden por algo que desde hacía mucho tiempo intentábamos enseñarles y lo hacen se da cuenta uno que valía la pena estar con ellos. Estoy convencida que la labor de los padres es fundamental, pero no creo que sea excluyente. Ellos no nos necesitan 24 horas, nos necesitan unas cuantas buenas horas.