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martes, 27 de mayo de 2014

Enfermos otra vez

Existen varios tipos de niños, y aunque las clasificaciones en los seres humanos resultan odiosas, mis hijos tienen algo en común: son de esos niños que siempre se enferman. Y es la enfermedad uno de los monstruos más grandes que tiene la maternidad, desde que sabemos que estamos embarazadas sentimos ese miedo enorme de que algo malo va a pasar y empezamos a imaginarnos las peores cosas que poco a poco la vida nos muestra que eran puras exageraciones. Pero a veces ese gran monstruo se convierte en realidad y tenemos a nuestros hijos en la clínica haciéndonos dudar de todo cuanto existe y poniéndonos en jaque con nosotros mismos.

Tal vez uno de los días más difíciles como padres fue cuando nuestro hijo mayor entró a Cuidados Intensivos, lo tuvieron que entubar y en pocas horas todo parecía empeorar. La primera reacción que tuve fue hablar con mi esposo y decirle que teníamos que estar preparados para que se fuera y dar gracias a la vida por un año y medio increíble a su lado. Pero todo salió bien, se recuperó, y ahora es un niño de cinco años que correo un poco menos que sus compañeros pero siempre intenta llegar a la meta.

En esos meses en los que nuestro hijo estuvo muy enfermo la vida nos cambió. Y creo que una de las cosas que debemos saber como padres es que no siempre lo que planeamos se cumple. Y tenemos que tener la capacidad para reinventarnos todo el tiempo y poder volver a construir nuevos sueños y diferentes ideales porque con hijos la vida nos sorprende a menudo. Yo tenía un trabajo que me encantaba en un lugar fascinante y con una muy buena jefe. Me tocó renunciar porque además del tiempo de hospitalización teníamos que cambiar de ciudad durante dos meses, y así fue. Me dio rabia y mucha tristeza tener que dejar ese trabajo, lloré por tenerme que ir a unas supuestas vacaciones que de eso tenían bien poco sino que por el contrario me iba con la ansiedad de tener que sacar adelante a mi hijo en una ciudad que no era la mía. Si todo estaba funcionando tan bien por qué la vida se desordenaba. Finalmente se mejoró y disfruté muchísimo ese tiempo fuera de la ciudad, fueron unas vacaciones increíbles con personas que dejaron la categoría de amigos para convertirse en familia.

Cuando pienso en esos días de la clínica donde las horas pasaban lento porque lo único que hacíamos era esperar una buena noticia me doy cuenta de lo mucho que crecimos como familia. Entender la enfermedad como una oportunidad y enseñarle a nuestros hijos a que no hay que desesperarse cuando se enferman ha sido una lucha constante. La enfermedad y la salud no pueden ser vistas como premio y castigo, deben ser entendidas como parte de nuestra realidad y como padres deberíamos incluir este tema en la crianza como un punto importante. No sirve de nada buscar culpables, no sirve de mucho pelear con la pareja o la familia, no es útil enloquecerse. Sirve respirar profundo y seguir adelante y entender la enfermedad como camino.

Muchas de las personas cercanas intentaron culparse por la enfermedad del niño. Con la cara cargada de angustia aseguraban que le habían tosido cerca, otros estornudaron, otros lo saludaron y de golpe le pasaron el virus. No creo que ninguno fuera culpable, pero después de estos años entendí que ese afán por encontrar uno, era para ayudarnos a mi esposo y a mi a cargar con el dolor del momento. Ese hecho no fue una tragedia, no creo que seamos una familia "de malas", por el contrario creo que sin establecer juicios de valor asumimos la vida con lo que nos va dando. Superada la crisis fuerte empezamos una lucha importante con nuestro hijo: convencerlo que no era un niño enfermo para que él mismo no se autolimitara y tampoco se convirtiera en un manipulador aprovechando las secuelas que le habían quedado. Pero la lucha no sólo era con el sino con muchas personas cercanas que nos decían que éramos los papás más irresponsables por dejarlo jugar bajo la lluvia y saltar en los charcos. Que pudiera montar en triciclo por la noche, o simplemente vivir. Que lo que deberíamos hacer era encerrarlo en la casa, supongo a que conociera el mundo desde la ventana. Tomamos la decisión de ser irresponsables y dejar que viviera como cualquier otro niño de esa edad sin padres obsesivos con la enfermedad y llenos de miedo. Lo animamos a saltar cuanto quisiera y cuando se bajaba del saltarín le poníamos el inhalador con toda la tranquilidad y naturalidad de su condición. Después de tres recaídas duras cada vez se enferma menos y se recupera más fácil.

Decidimos tener dos hijos más, los cuales también se enferman. Ninguno tiene nada grave, pero han estado hospitalizados y convulsionan por fiebre. Creo que de las cosas más impactantes que se puede ver es una convulsión. Es como si en esos minutos la vida se congelara y todo el ambiente se enrareciera. Ellos mismos después de la convulsión quedan despersonalizados, de cualquier manera, no es agradable. Los médicos nos han explicado qué debemos hacer en ese momento y es lo que hacemos, pero una de las cosas más sorprendentes es la forma como reaccionan los dos mayores con las dos convulsiones del chiquito. Con toda la calma ayudan a ponerle paños de agua fría en la cabeza, y se despiden con bastante tranquilidad cuando salimos para la clínica. Y entonces es ahí cuando entiendo que algo hemos logrado como papás: enseñarle a nuestros hijos que la enfermedad es una realidad del ser humano, negarla nos fragiliza pero entenderla nos hace fuertes.     

"Las personas totalmente sanas, sin ningún defecto, solo están en los libros de anatomía. En la vida normal, semejante ejemplar es deconocido"  Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke

 

martes, 20 de mayo de 2014

Maternidad hoy

Soy mamá de tres hijos, y todos los días leo sobre varios temas: política, literatura, actualidad, cómo bajar de peso en 10 o 9 pasos, y maternidad. Y cada día después de leer y leer siento una inmensa presión de ser mamá porque aparecen más y mayores exigencias afectivas, económicas, sociales e intelectuales. La maternidad no se debería aprender ni leer, ni estudiar, se debería vivir. Se supone que es algo natural, pero cada vez lo hacemos más complicado y eso hace que se convierta en una labor difícil de asumir. Por eso decidí escribir este blog, para compartir la maternidad hoy desde una postura realista, sin idealizaciones, sin mentiras, sin mucho photoshop. Tal y como es cuando apagamos el celular y no tenemos que publicar lo felices que somos, cuando sentimos que se nos salió de las manos y no vamos a poder con esa gran tarea de enseñarle a alguien a vivir. Voy a escribir sobre mi experiencia de ser mamá, para liberarme y liberar a otras más de una falsa maternidad.

3 GRANDES MENTIRAS SOBRE LA MATERNIDAD (PARA MI, NO QUIERE DECIR QUE SEA ASÍ PARA LA CANTIDAD INMUERABLE DE MAMÁS)
1. El día más feliz de mi vida fue el día en el que nació mi hijo. Tengo recuerdos muy profundos del día en el que nacieron mis tres hijos. El mayor nació un jueves. Estuve en la clínica desde la media noche, sentí mucho dolor y  frío. Después de cinco horas de trabajo de parto nació mi hijo mayor, mi esposo entró al parto y salió con lágrimas en los ojos a presentarlo a la familia. Yo estaba muy cansada, solo quería dormir. Durante la noche no fuimos capaces de apagar la luz en el cuarto de la clínica, no teníamos idea de nada, cada vez que le cambiamos el pañal nos tocaba cambiarle la ropa. Yo nunca me había sentido tan torpe, afortunadamente esas cosas se aprenden muy rápido. Ese día lo recuerdo como especial, lleno de sentimientos encontrados que se atropellaban entre si, pero no del día más feliz de mi vida y no creo que eso esté mal, creo que es humano. Las mujeres no somos máquinas de maternidad que siempre sienten amor, somos personas que sienten miedo, que se cansan y que se desesperan con sus hijos, pero que después de respirar profundamente volvemos a arrancar para seguir acompañando a nuestros hijos en este mundo. Mis otros dos hijos nacieron un martes y tampoco fue el día más feliz de mi vida, además sería injusto con el mayor o será que las mamás que tenemos más de un hijo podemos tener más de un día feliz en la vida.

2.  El amor de mi vida son mis hijos. Cada vez que leo esa frase en Facebook me da un pesar inmenso con los esposos, esposas o parejas de aquellos que aseguran que el gran amor de la vida son los hijos. El gran amor de mi vida es mi esposo del cual espero no separarme y tener que buscar otro gran amor de mi vida. Me parece injusto con las parejas que las releguen, o digan que la vida empezó a tener sentido sólo cuando se convirtieron en papá o mamá. Disfruté muchísimo todos los años antes de ser mamá, fui feliz al lado de muchos novios, no tanto al lado de otros, lloré, me reí, viajé, trabajé, aprendí y me caí y cada una de esas experiencias espero compartirlas con mis hijos, y animarlos para que vivan intensamente cada etapa porque ninguna es mejor o peor simplemente son. Me parece que decirle a los hijos que son el amor de la vida los carga de una responsabilidad grandísima que no tienen por qué asumir. Ellos no existen para hacernos felices, existen para buscar su propia felicidad y nosotros les damos la mano mientras la encuentran.

3. Las mejores mamás no trabajan y se quedan en casa con sus hijos. Todas las mamás tenemos las mejores intenciones con nuestros hijos, pero todas nos equivocamos muchas veces, es lo normal. No creo que las que deciden quedarse en la casa con los hijos sean mejores que las que salen a trabajar. Si una mamá se está todo el día pero tiene niñeras 24/7 y son ellas las que se encargan de los niños en todos los aspectos, dudo que eso sea ideal. Y si una mamá trabaja pero todas las noches que puede le lee un cuento a los niños, y por la mañana es la que los baña y comparte el desayuno con ellos eso es perfecto para su realidad. No importa estar todo el tiempo a su lado, importa la calidad de momentos que pasemos juntos. Para los niños la felicidad radica en cosas simples, y eso es lo que les debemos regalar, compartir con ellos lo simple y elemental de la vida.