martes, 29 de julio de 2014

La carga de ser el mayor

"Yo ya se que ustedes me odian" con esa frase acabó un domingo en familia. Jerónimo a sus cinco años, en medio de una pataleta, nos dejó callados y sin saber cómo responder. Después de quince días de peleas, regaños y reflexiones la vida en familia se volvió caótica. Poco se vivía de esos idílicos momentos que registran las fotos que compartimos en Facebook. Y la primera pregunta es: ¿qué estamos haciendo tan mal para que nuestro hijo no se sienta amado?
Al otro día me levanté con el afán de explicarle que lo amamos hasta todos los universos y darle un abrazo para tratar de convencerlo. Estaba tranquilo y feliz, pero eso duró poco porque cuando se despertaron los otros dos empezó la batalla campal. Puño, patada, grito es la forma de amenizar la mañana, y aunque todos nuestros amigos cercanos aseguran que peleaban así con sus hermanos cuando eran niños, llega un punto en el que uno se pregunta si eso es normal o tiene algo, aunque sea un poco, de patológico.
A las siete y media de la noche es casi imposible soportar tantas peleas entonces la solución es acostarlos a dormir, pero no puede faltar una reflexión. Senté a Jerónimo y Juan Martín a explicarles que era una dicha muy grande tener hermanos, que debían estar agradecidos con todo lo que tienen, que muchos niños se mueren de hambre en la calle, y otros no tienen familia. Cada uno miraba para un lugar del cuarto distinto y me imagino que pensaban en cualquier otra cosa. Pero yo sentía que era lo que debía hacer. Cuando acabé mi discurso se fueron a dormir.
Después de dos semanas de regaños, reflexiones, regaños y más reflexiones no habíamos logrado nada. Jerónimo cada vez con más rabia y Juan Martín cada día con más rasguños. Estaba empantanada entonces llamé a una amiga psicóloga que siempre tiene una sabia idea y nos cambió todo el panorama. Lo primero que hizo fue liberarnos a nosotros de todas las culpas. Después nos explicó lo que Jerónimo intentaba decirnos y que no entendíamos: él está cansado con sus hermanos, los dos menores todos los días le dañan algún juego, le rompen algo que el ha denominado como tesoro, lo imitan sin parar, cuando está pintando le quitan los marcadores y cuando logra el castillo perfecto en la arenera alguno pasa con el pie y lo destruye. Ante ese panorama por qué debe estar agradecido con la vida. Además, nosotros lo regañamos todo el día porque se nos olvida que tiene cinco años y le exigimos como si tuviera 30. Lo convertimos en un aliado perfecto para educar a los otros dos, pero cuando los corrige nosotros lo regañamos porque él no es el papá. Le encargamos la difícil tarea de asumir la seguridad de sus hermanos, y él siempre tiene que compartir. Tiene que ser ejemplo, tiene que ser grande porque así es más fácil para nosotros  ser papás.
Al entender todos los errores que estábamos cometiendo lo llamé y le dije que entendía que le diera rabia porque su hermano le había dañado su tesoro, que también entendía que estuviera triste porque Agustín el menor le rompió un dibujo que me había hecho, y la reacción fue: claro mamá, es que son más chiquitos. Al ver que nosotros validamos sus sentimientos él también pudo ser más comprensivo con sus hermanos. Seguramente se van a seguir pegando, pero vamos a intentar quitarle todas la cargas que le hemos puesto. Cuando nació Agustín, Jerónimo tenía que ir vestido al jardín con la profesión que quería seguir cuando grande. Él decidió que iba a ser piloto, pero cuando le preguntaron qué iba a ser contestó: hacerle el tetero a Agustín. Esa fue la primera alarma, claramente nosotros no le pedíamos que lo hiciera, pero él sentía que era su responsabilidad, y así durante este año y medio se fue llenando de obligaciones.
Cuando los niños reaccionan mal lo primero que hacemos es callarlos, pero creo que algo que les debemos enseñar es que tienen derecho a sentir tristeza, rabia, incluso odio, así eso nos escandalice. Lo importante es cómo los guiamos para que esa rabia la puedan sacar en un deporte o en un hobby y no en la cara del hermano, del vecino o del compañero de colegio. Podemos acompañarlos a algún sitio en el que todos puedan gritar. Así como nosotros no estamos felices todo el tiempo, ellos tampoco tienen la obligación de ser como los flanders para hacernos más fácil la vida.   
Los papás nos equivocamos todo el tiempo y evitarlo es imposible. Lo importante es ver cuándo debemos parar y tratar de ver las cosas con perspectiva y pedirle a alguien que nos ayude a aclarar qué es lo que pasa así nos duela o nos cueste reconocer que estamos cometiendo muchos errores. Creo que si hoy le preguntamos a Jerónimo diría que si pudiera elegir no sería el mayor. Espero que logremos darle la oportunidad de vivir sus cinco años sin cargas ni exigencias que no le corresponden sino permitirle ser lo feliz o triste que le plazca en cada momento. No lo podemos regañar porque esté triste ni felicitar porque está feliz, porque nosotros no debemos calificar sus sentimientos como correctos o incorrectos, debemos validarlos y respetarlo.        
   

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