Hay algo que admiro de algunas mujeres y es ese
apasionamiento exacerbado por la maternidad. Como nunca lo he sentido, supongo
que por razones genéticas o de crianza, envidio esa seguridad y reposo con el
que ellas hablan de la maternidad como el principio y fin de sus vidas. Mi mamá
nunca fue así, todo lo contrario, trabajó desde que yo tenía dos meses, y
siempre se preocupó por leerme mucho pero poco por educarme en esa ciencia de
cómo construir un hogar. Desde muy chiquitica me exigieron intelectualmente y
respondiendo a eso a los tres años quería ser médica, astronauta y escritora.
Más grande me pareció mucho más cool querer ser neuro cirujana especializada en
Alemania o hacer parte del grupo de investigación de enfermedades incurables de
Yale. Y qué soy ahora: mamá, de las que nunca quise ser y por el contrario me
producían bastante desazón y poca admiración.
Llevo cinco años intentando legitimar mi rol de
mamá, unas veces revelándome y otras
rindiéndome a su cotidiana y en muchos momentos aburrida labor. Así mismo he
buscado que otros me den ese espaldarazo para convencerme de que no es una
pérdida de tiempo lo que hago sino que es todo lo contrario, una labor
importantísima. Convertirme en madre fue una decisión poco consciente, el tema empezó
a llamarme la atención cuando me enamoré del que hoy es mi esposo. Asegurábamos que todavía no queríamos tener
hijos pero ya sabíamos el nombre del primero, nos enternecíamos con la ropa de
bebé, y por alguna extraña razón y como un mensaje del futuro, al nacer su
sobrina no dejábamos de oír un cd que le regalamos de María Helena Walsh, y
como algo aún más anormal nos aprendimos esas canciones.
Y entonces así llegó Jerónimo, queriéndolo sin
quererlo y llamándolo sin sospecharlo y nos cambió la vida. Durante el embarazo
pensé muchísimo en la forma ideal de educarlo, como si eso existiera o se
pudiera hacer. Pensaba en temas importantes de discusión como qué leer, en qué
creer, cómo entusiasmarlo con el cine, la música y el arte. Ahora que miro
hacia atrás no entiendo cómo logré proponerme cosas tan absurdas. Estaba programando a mi hijo que no había
nacido como un perfil de google+ con mis preferencias. Me impuse unas
exigencias enormes porque quería que él fuera único y especial y distinto a
todos, porque así como me parecía importante tener éxito en un trabajo y en ese
momento no lo tenía, convertí a mi hijo en un objetivo intelectual y así suplía
lo duro que me daba no producir laboralmente. Cómo no me iba a cansar la
maternidad si la convertí en el trabajo más estresante. Si queremos que
nuestros hijos sientan pasión por algo basta con que nos vean a nosotros mismos
emocionándonos con lo que nos gusta, la pasión se contagia y no se enseña.
Como mamá se aprende de unos errores y otros se
siguen repitiendo. Uno de los propósitos de año nuevo fue leerles a los niños
todas las noches. Estaba convencida de que después de la maratón de 365 cuentos,
al siguiente año ellos leerían solos sin parar y así los convertiría en adultos
capaces de discernir. No logré mi propósito ni quince días y creo que ellos se
alegraron porque cuando uno le está leyendo a los hijos con afán y se
impacienta por las mil preguntas que hacen es mejor no continuar. En ese
momento me di cuenta que para poder sobrevivir como padres es más fácil compartir
con nuestros hijos, dejando que ellos mismos nos digan cómo los podemos ayudar
con sus gustos y sueños que diseñar una agenda que a ellos y a nosotros sólo
nos sirve para cansarnos.
Hay días que pensamos que no vamos a lograr todo
lo que tenemos que hacer. Y después de una lista interminable de pendientes nos
queda uno de los más difíciles cuando estamos cansados: jugar. A veces de sólo
pensar que tenemos que construir y destruir torres en lego, colorear, hacer
conciertos con un desafinado estallido de instrumentos, pasar rápidamente de
ser Superman a Sipiderman o Batman y tomar el té, nos dan ganas de salir
corriendo. Pero lo mejor y más estratégico es convertirnos en compañeros de
juego leales y entregados. No hay algo que ponga a los niños más irascibles que ver a
Batman con el celular, el computador he intentado servir la comida. Entonces su
reacción inmediata es llamar la atención pegándole al hermano, regando el jugo
(ojalá bien cerca del computador) o haciendo una pataleta que uno no entiende
cómo apareció. Si tenemos mucho trabajo asumamos el juego con toda la
dedicación y así es más fácil que los niños entiendan que como ya jugamos
tenemos que hacer otras cosas y ellos se entretengan solos. Intentar hacer todo
al tiempo sólo nos hace más torpes y así logramos que el caos llegue rápidamente
a la casa.
Cuando veo a mis hijos seguros de sí mismos y
felices me doy cuenta que el rol de madre sí es importante. Cuando nos
sorprenden por algo que desde hacía mucho tiempo intentábamos enseñarles y lo
hacen se da cuenta uno que valía la pena estar con ellos. Estoy convencida que
la labor de los padres es fundamental, pero no creo que sea excluyente. Ellos
no nos necesitan 24 horas, nos necesitan unas cuantas buenas horas.
Mapis tu lo has dicho, que bonito encontrar personas en las mismas circustancias a uno. Hay que vernos, un abrazo ;)
ResponderEliminarClaro Marce veamonos para que se conozcan los seis
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